Es cierto que cada individuo es un mundo, pues cada mente individual conforma un mundo dinámico de abstracciones que cambia a la par que varía su entorno exterior. La mente, sin embargo, no se halla totalmente aislada, pues ésta se encuentra conectada a otras mentes por medio de los elementos comunes que en su interior comparten. La existencia de tales elementos puede evidenciarse en los arquetipos, nombre con el que Carl G. Jung designó a las formas simbólicas que, surgidas del inconsciente, se manifiestan de manera semejante en el consciente de los individuos.
La inmensa red integrada por la relación existente entre todas las mentes en su conjunto, diferenciadas entre sí mas interrelacionadas por lo que tienen en común, es lo que se denomina inconsciente colectivo. En ello reside la mayor fuente del saber, de la que la humanidad inconscientemente siempre ha dispuesto a lo largo de su historia. Del inconsciente colectivo surge naturalmente la autoridad en la que se fundamenta toda razón moral. Su potencia se actualiza a partir de las continuas manifestaciones conscientes de los sujetos volitivos que lo integran.
Cuenta Nietzsche, en su libro La Gaya Ciencia, que al filósofo francés Bernard Le Bovier de Fontenelle alguien le dijo poniéndole la mano en el corazón: «Lo que usted tiene aquí, amigo mío, es también cerebro».